martes, 17 de abril de 2012

Una Obra Maestra

“El Arte es una pausa, un encuentro de sensibilidades”
 Doménico Cieri Estrada


Pocas cosas habrán llamado tan poderosamente la atención del abajo firmante en los últimos tiempos, y muy pocas palabras serían lo suficientemente sutiles como para describir lo que he tenido la fortuna de presenciar esta misma tarde. Esta semana discurría tan rutinaria como las anteriores, pero en el día de hoy esa monotonía se deshizo en mil pedazos, y estos privilegiados ojos fueron testigos de lo sublime, de una excelsa manifestación de la creación divina. Dicho lo cual, se pueden imaginar que cualquier esfuerzo narrativo que lleve a cabo será en vano, resultando una tarea harto complicada detallaros el evento con la verosimilitud y el tacto que el tema en cuestión se merece. Vendería por dos duros el alma al Diablo para que me concediese el talento de un Velázquez o un Goya para, pincel en mano, recrear aquello que de momento se mantiene en mi memoria pero que, mucho me temo, se disipará con el paso del tiempo.

           La más alta de las bellezas formales no la hallé a través del lirismo de unos delicados versos ni al escuchar una exquisita melodía, sino que tomaba forma en el culo de aquel cuerpo que me precedía en la cola del ultramarinos. Venía a ser un culo de venerable aspecto, con mucha personalidad y un acusado carácter terso. Un señor culo con más poderío que el séptimo de caballería y la firmeza de un guardia civil de la posguerra, que baste que se mueva un ápice para que cualquier mortal grite aquello de a la orden, mi superior, aquí se presenta un servidor para lo que usted mande. Dejé de cavilar cuando me percaté de que la autora de aquella maravilla, es decir, la madre de la criatura, había estado observando al observador. Se produjo un momento tenso. Girando un poco la cabeza hacia ella, no supe hacer otra cosa que sonreir, y en ese instante, me preguntó:

              -How are you?

              Pensaba responderle - con la debida cortesía – que estaba bien, que andaba un poco distraído mirando de soslayo el culo de su hija, y sin mayor pretensión que la de matar el tiempo antes de pasar por caja, el contemplar esa peculiaridad de la naturaleza me había recordado lo bonita que es la vida. Añadir que, emocionado, tuve el impulso de cantarle una sentida saeta – aunque cierto es que al final me contuve -, algo que no me había sucedido ni teniendo frente por frente a la mismísima Virgen de la Macarena. Quise decirle tantas cosas, que paradójicamente cobró protagonismo el silencio, le llegó el turno de pasar por caja y ya no volvimos a cruzarnos la palabra ni la mirada. 

            Hoy, la vida me enseñó que no hace falta ser creyente para apreciar el milagro de la obra de Dios, del mismo modo que no hace falta ser chino mandarín para que te gusten los noodles.
      
        

2 comentarios:

El Nota dijo...

El otro dia me paso algo parecido, me deleite con un culo hasta que me di cuenta que era la cara, por lo que deduje que una cara como un culo debe de ser obra del diablo, o que soy yo el que desciende a los avernos por pensar esas cosas.
Huan Ho Ze

Uncle George dijo...

Queridísimo lector, estupefacto me hallo al saber de su bizarra experiencia. Imagino que no le habrá resultado fácil dejarnos su testimonio. Únicamente me gustaría apuntar que no está solo, y quizás, con un poco de suerte, otros lectores se animen a contarnos experiencias similares ahora que usted ha tenido el valor de dar el primer paso, como el primer homosexual que salió del armario o el primer valiente que le dio por comer una gamba.