“Cuando escucho Wagner durante más de media hora me dan ganas de invadir Polonia.”
Misterioso Asesinato en Manhattan, Woody Allen
Inmersa en su
burbujita neoliberal de color azul turquesa, Esperanza observaba con curiosidad
el globo terráqueo. Girando la bola del mundo con la yema de los dedos, miraba
las vastas extensiones de tierra deshabitadas de Siberia o los territorios
despoblados de Australia, y suspiraba: - queda tanto por privatizar…- y
sus pequeños ojillos se cerraban para dar rienda suelta a sueños de cuando era
niña, imaginando la utopía de un mundo perfecto donde todas las extensiones de
tierra del planeta que quedaran sin privatizar, se dividieran en pequeñas
parcelitas separando ríos, montañas, bosques y reservas naturales con vallitas
de madera pintadas de color rojo, como los americanos. Y en cada finca disponer
de un garage con capacidad para tres vehículos, dos para la familia y otro para
las visitas, con una canasta de baloncesto encima de la puerta y la bandera de
tu país siendo mecida orgullosa por el viento en el jardín, ondeando sin parar
por el resto de los tiempos.
Esperanza
estuvo por unos minutos a medio camino entre el sueño y la vigilia, hasta que
finalmente, sus ojillos se cerraron. Mientras, los últimos rayos de Sol se
filtraban a través de las cortinas iluminando su rostro, que desprendía una
dulzura entre somnolienta y cálida. Tuvo un sueño le hizo recordar un
desagradable episodio que le sucedió cuando aún era niña, donde se dio cuenta
de que ella no era como los demás niños. El día que cumplió los ocho años, sus
padres le regalaron un disfraz de princesa, y justo después de soplar las
velas, su abuelita le preguntó qué haría de mayor siendo una princesa.
Esperancita se apretó coqueta el lazo rosa con el que se sujetaba su rubia
melena, que a su vez iba engalanada con una corona de papel de aluminio y, tras
mirar sibilinamente a los ojos de su madre, contestó:
- Seré la
princesa que dominará el mundo -, provocando las risas de los adultos allí
presentes. El perro comenzó a ladrar sin motivo aparente, pero nadie se percató
de este detalle, y Esperancita no tardó en repetir las mismas palabras, con la
voz agravándose gradualmente y de manera entrecortada:
- Seré la
princesa que dominará el mundo -, y a medida que repetía la frase, la voz
de la niña iba subiendo de tono. Los adultos la escuchaban confundidos,
mientras que en pocos instantes, los ojos de Esperanza se llenaron de sangre,
violentos espasmos sacudían su menudo cuerpo, y cuando la espuma comenzaba a
salir a borbotones por la boca y las urracas se alborotaban en el jardín, quedó
inconsciente. Una semana más tarde de aquel incidente y después de haber sido
rociada con agua bendita, una vieja que se cubría con un mantón de manila negro
le dijo en un parque que, efectivamente, ella era la elegida por el Maligno
para dominar a la humanidad.
Pasado el
tiempo, Esperanza no sueña únicamente con gobernar ciudadanos, sino que también
sueña con ejercer su control sobre las fuerzas naturales. Pero en vez de tratar
de influir en la naturaleza mediante el método tradicional de misas y
prerrogativas, aparece en los medios de comunicación que Esperanza ha firmado
un contrato con la empresa alemana Radiometer Physics por el cual la Comunidad
de Madrid se hace con un aparato que sirve para precipitar la nieve y provocar
lluvia a su antojo, bombardeando nubes desde el suelo con yoduro de plata. Sin
embargo, desde la clandestinidad nos atrevemos a aseverar que todo esto no es
más que la máscara mediática de un plan terrorífico que Esperanza lleva a cabo
en el laboratorio de un búnker escondido en algún lugar de Torrejón de Ardoz,
desde donde pasa las tardes hasta altas horas de la madrugada haciendo
experimentos, rodeada de tubos de ensayo y probetas mientras escucha Wagner a
todo volumen.
El plan lo
tiene atado y bien atado desde hace tiempo. Llegará el día en que Esperanza
cumplirá todos sus sueños, y sus diábolicas carcajadas se escucharán en los
cuatro confines extendiéndose como una onda expansiva, de la cual nada ni nadie
podrá escapar indemne.